El aliño, compuesto principalmente por aceite, sal y vinagre tiene una gran importancia en la preparación de una buena ensalada. Pero si un buen aliño tiene importancia, igual de importante es la elección del momento en el que añadirlo. Debido a su capacidad para deteriorar las verduras, su incorporación solo debe hacerse justo en el momento de consumir el plato. En nuestra página podéis encontrar numerosas recetas de aliños que han sido usados para enriquecer platos como nuestra ensalada templada de verduras y tofu, o nuestra rica ensalada primaveral.
Como hemos dicho, vinagre, aceite y sal son los tres protagonistas de una elaboración que resulta básica a la hora de dar un toque de sabor a cualquier ensalada. La cantidad de estos tres ingredientes, y el momento de su puesta en escena, son la clave para tener éxito. Si añadimos el aliño con mucha antelación, la ensalada se estropeará. Esto se debe principalmente a la presencia de sal, que hace que las hojas de la lechuga se deshidraten.
Los tres ingredientes mencionados; sal, vinagre y aceite, deben ser incorporados en ese orden. Si añadimos en primer lugar el aceite, éste creará una película alrededor de los ingredientes que impedirá que éstos se impregnen con el resto de componentes del aliño. Una buena opción es mezclar la sal y el vinagre primero y luego el aceite.
Aceite, vinagre y sal en su justa medida
La sal, al entrar en contacto con las hojas de la lechuga, produce la salida de agua del interior de las células, lo que da lugar a una pérdida de turgencia de la hoja, haciendo que ésta se marchite. Esto se debe a que la sal absorbe el agua. Al presentarse una mayor concentración de sal en el exterior de la hoja, se produce una salida de agua, a este fenómeno se le conoce con el nombre de ósmosis.
Este es el motivo por el que es recomendable no añadir el aliño hasta que que vayamos a consumir la ensalada, quedando así reducido el tiempo de contacto de la sal con el material vegetal.
De igual modo, tampoco es buena idea preparar la lechuga con demasiada antelación, ya que, al tratarse de una verdura fresca, al cortarla comienza a oxidarse, lo que provoca que empiecen a perderse parte de sus propiedades nutricionales y físicas.
Conservar la lechuga en agua
Una buena manera de mantener la frescura de la lechuga es sumergirla en agua, de este modo las células, que tienen un interior más salino, absorben agua del exterior por la mencionada osmosis, aumentando así la turgencia de la hoja, lo que la hace que ésta tenga una textura mucho más apetecible.
A la hora de llevar a cabo la limpieza de las hojas, debemos hacerlo una por una, colocándolas debajo del grifo y haciendo correr agua fría para que arrastre los posibles restos de tierra. Para una limpieza en profundidad, podemos recurrir al uso de lejía de uso alimentario, que diluiremos en agua a razón de 1 mililitro por cada litro de agua. El tiempo de remojo en este caso no debe exceder de los cinco minutos, y al retirar las hojas hay que enjuagarlas muy bien con agua limpia.
Tras retirar la lechuga del agua tenemos que escurrirla lo mejor que podamos. Para ello, podemos hacer uso de un envase especial llamado «centrifugador» que quita una buena parte de agua adherida a las hojas. Completaremos la acción de secado haciendo uso de papel absorbente. Una vez seca, cortamos las hojas justo antes de servir, y, por último, añadimos el aliño.
Esperamos que con la aplicación de estos consejos vuestras ensaladas luzcan estupendas! Fuente:consumer
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